Fue maestra de grado, dactilógrafa, fundó el Museo del Congreso de la Nación y hace 23 años creó Vox Spei, el coro que desde entonces dirige con la misma pasión que le imprime a cada paso de su camino.
Es mamá de Rafael; abuela orgullosa de Dante y Ornella a quienes adora cuidar; pinta cuadros; hace vitro fusión y toma cursos de astronomía entre otros “pasatiempos”. Es una vecina del barrio que inspira a sacarle brillo a la vida y en esta nota convidamos con el placer de conocerla.
Era el andar apurado por la calle Buenos Aires en plena tarde de un día de semana, cuando al doblar a la izquierda por Bécquer sobrevino la sensación de haber pasado a otra dimensión. Una cuadra larga de pocas casas; grandes, de esas bautizadas con nombres en hierro firuleteado que aún atesora el lado sur con reminiscencias de infancias a puro y bendito callejeo.
Y como parte de aquel gozo impensado, la figura movediza de Eddie, quien abriendo la puerta nos invitó a atravesar su casa con instrumentos estacionados en el living “estamos a full con los ensayos”; la computadora encendida en el cuarto del medio y su cocina luminosa con sonido permanente de cortinas de plástico jugando con el viento.
“No me gusta hablar del pasado –aclaró de entrada; no por coquetería ocultaedades sino por filosofía de que lo verdaderamente importante es– el presente, lo que hay”.
Aunque por suerte la charla fue tejiendo su propia dinámica y en ella aparecieron las anécdotas que regalaron pistas sobre la naturaleza inquieta de esta dama singular.
Al estudiar astronomía tomé registro de nuestra fragilidad y finitud. Este bello planeta es la única posibilidad que tenemos de existir como especie. Hay que desarrollar la conciencia de que no hay más alternativa que cuidarlo; estar un poco más conectados.”
“Era docente pero no me gustaba el sistema que se utilizaba para educar en aquella época y busqué nuevos horizontes. Por concurso entré a la Biblioteca del Congreso y mientras tecleaba resoluciones en las pesadísimas Remington y Olivetti de a nueve copias con carbónico; gracias a calificados jefes que me transmitieron sus saberes, pude ir avanzando y hacer carrera.
Trabajé en el área administrativa, en personal, en contaduría; sobreviví a las idas y vueltas de la historia política argentina que nos tocó en suerte y me jubilé como directora del Archivo General, Museo Parlamentario, Recinto y Salones del Senado de la Nación.
Edelmira fue quien creó el Museo mencionado. En su gestión se clasificaron los muebles; se restauraron los papeles; los vitraux, la araña y los cuadros del salón de lectura y se armaron las primeras visitas guiadas al Congreso en las que –aprovechando sus conexiones con la Casa de Gobierno– llevaban a los niños del interior a conocer también ese espacio y ya que estaban ¡a recorrer el Teatro Colón! Eran aptas para chicos con distintas capacidades, inclusive para los niños ciegos a los que se les “contaba” el color.
Bajo su batuta se organizaron las primeras exposiciones bilingües con temas tan diversos como “el Homenaje a la Constitución Nacional”; “Numismática y Medallística”; “Obras de Escultores Vivientes”; “Antigua Civilización China”; “Pintura Salvadoreña”; “Arte Textil Argentino”; “Domingo Faustino Sarmiento”; “José Antonio Usandivaras” y “Pérez Celis” entre otras. Para cada una se ocupó personalmente de convocar a los artistas; recuperar objetos imposibles; ubicar a los familiares de los próceres de antaño e intercambiar tesoros –documentos originales, el tintero con el que se escribió la carta magna; trajes…– con otros museos del país. ¿Su objetivo? Desmitificar el Congreso abriéndolo a la gente.
En el año 1985 Manrique Zago editó un libro de lujo llamado “El Congreso de la Nación Argentina” en el que consta no sólo un artículo de Edelmira Lobato dedicado al Salón de Lectura; sino un agradecimiento especial a su persona por la enorme colaboración que ofreció procurando medios logísticos y orientando la búsqueda de valiosísimo material para la elaboración de dicha obra.
Como Jefa de Recinto –cargo que le permitió codearse con los presidentes y ser anfitriona de Juan Carlos y Sofía; reyes de España por ejemplo– tenía la responsabilidad de que todo (el timbre, el agua, los micrófonos); funcionaran a la perfección al momento de sancionar las leyes.
Su jornada podía extenderse hasta las dos o tres de la mañana de lunes a viernes y los fines de semana los dedicaba a organizar su casa y cocinar para propios y ajenos (los amigos de sus hijos que hacían campamentos en el parque de la casa y a veces “cenaban” tres veces durante la madrugada). Todo lo hizo viajando desde Castelar cada día y volviendo cada noche en colectivo “la Miserere” y sin abandonar la música que la acompañaba desde su infancia.
“Aprendí a tocar el piano antes de saber leer y escribir. Mi mamá era violinista y mi papá pintaba cuadros y amaba la música. El 30 de agosto él cumplía años y yo, con apenas cinco primaveras, lo sorprendí dedicándole en el piano la polca “Felicidad Infantil” de Barabino a cuatro manos con una profesora que vivía debajo de nuestro departamento –en capital– quien en complicidad con mi madre, me había enseñado en secreto para la ocasión.
A mis seis años nos mudamos a esta casa de Castelar donde continué estudiando piano hasta que falleció mi padre. Yo tenía catorce años y abandoné mi idea de entrar al Conservatorio Nacional pero pronto accedí a la invitación de un vecino que me convocó en una Pascua para que me acercara al coro de la Iglesia. Desde entonces pasaron cincuenta años y no paré más.
Son tus huellas el camino…
Antes no existía la carrera de director de coro por lo tanto me capacité en el Colegio Musicum; tomé un curso con el maestro Schultis; me anoté en cada actividad de perfeccionamiento que llegaba a mis oídos y luego estudié tres años con el maestro Antonio Russo.
Eddie fue bibliotecaria cuando no existía la carrera y directora de coro idem. Una pionera sin dudas. Una mujer que “hizo camino al andar” desde sus puras ganas de avanzar con un estilo que le motoriza cada día. “Sigo igual; una partitura que me gusta la miro, la doy vuelta, la sueño, la voy descubriendo, la toco, le imagino arreglos y llamo a una amiga para cantarle la idea…
A veces voy con la bolsa de las compras y me acuerdo de algún pasaje de algo que tengo que marcar en el coro y empiezo a tararearlo con entusiasmo o a hacer gestos en el aire. La gente pasa y me mira raro… En cualquier momento le van a sugerir a mi hijo que me interne porque sospechan que no ando bien de la cabeza”.
En esa marcha que no se detiene esta señora logra irradiar con su energía a cada ser que se le acerca. Y así anda por el mundo; sin tiempo para perder pero inventándole un espacio extra a su agenda colapsada cuando aparece una propuesta que le acelera los latidos.
¡Gracias Señora Musical! Resulta un honor para Castelar Sensible el poder compartir con nuestros lectores su preciosa historia de vida.
Saber que se puede, querer que se pueda
Empecé en Castelar en un coro sin nombre y luego en el Coro Palestrina que dirigía el padre Otelo en la parroquia. Allí cantaba, enseñaba, cocinaba; de todo, como se hace en los coros.
Después estuve en un coro de cámara; luego aparecí en el Lorenzo Perosi donde además de poner la voz armé el primer coro de chicos y también participé en el Cantoría Lugano haciendo obras sinfónico corales.
En la época que había decidido no dirigir más ya que trabajaba treinta y dos horas por día, mi amiga Estela me vino a buscar porque los padres del colegio Manuel Dorrego de Morón querían hacer una actividad extra en la cooperadora y se les dio por formar un coro.
Yo no puedo, hace mucho que no hago nada y no tengo tiempo, le dije; pero me llevó de prepo. Eran cuatro integrantes y arrancamos a intentar “algo”, le pusimos el nombre Vox-Spei que quiere decir Voz de Esperanza y la verdadera esperanza era que algún día cantáramos bien!-suelta Eddie riéndose de su ocurrencia.
Al tiempo sumábamos como treinta integrantes y pasamos a ensayar en el club “Les Quatre Barres” de Castelar; donde nos pidieron que incluyéramos un repertorio en catalán; condición que aceptamos y fue muy lindo.
A partir de la hecatombe del año 2000 empezamos a reunirnos en la Sociedad de Fomento de la calle Almafuerte donde continuamos ensayando en la actualidad sintiéndonos integrados, cuidados y tranquilos. Hoy logramos un grupo sólido, con conocimiento musical, buen oído y capacidad para interpretar repertorios con cierto grado de dificultad.
Vox Spei es un poco como un hijo mío; aquí está mi creatividad. Agarrar un papel lleno de símbolos –las negritas detrás del alambrado– y transformarlo en algo que sea bello de escuchar me parece mágico. Yo soy de la idea que hay que salir contento de los ensayos; siempre ando investigando nuevas obras y autores para incorporar.