Hola a todos, vengo a contarles que ayer al mediodía volví de Bariloche. Hace bastante que tengo que entregar la columna, como no lo pude hacer antes del viaje prometí que después iba a lograr sentarme y concentrarme un poco. Así que voy a hacer el intento. Sepan comprender que, aún si quisiera, en este momento no voy a poder hablar de nada que no sean los diez días que pasé en el sur de nuestro país.
¿Cómo empezar a describir la locura que fue este viaje? Locura y delirio en los mejores sentidos de la palabra. Bariloche me sorprendió porque ahí aprendí muchísimas cosas; de mí, de las personas que me rodearon ese tiempo, y también de las que dejé acá.
Aprendí en primer lugar que el sueño no me condiciona, que se puede vivir sin dormir, que sólo hace falta un buen incentivo para levantarte (o en todo caso una coordinadora que martillee la puerta gritando “CHICOOOS”). Aprendí que en la nieve el abrazo de un amigo más grande que vos y las risas al caerte cuando esquiás pueden ser los mejores remedios contra el frío. Aprendí que cinco chicas pueden bañarse, vestirse y cambiarse en el tiempo record de una hora, mientras estén amenazadas por el siempre presente ‘se va el micro’. Aprendí que puede ser muy divertido pasar una semana sin tus viejos al lado controlando lo que hacés, pero que nada supera a que tu mamá te mande un mensaje diciendo ‘¿cuándo toca Grisu? Tqm’. Sentí la emoción de escuchar a mi hermana llamándome a la habitación mientras me planchaba el pelo para ir a Pachá, contándome que cierto chico la había llamado por teléfono. Me di cuenta de lo mucho que vale tener un novio para mandarle un mensaje cuando te frustraste, te sentaste en la nieve y dijiste ‘el esquí no es lo mío’.
Y por sobre todas las cosas aprendí la importancia que tienen las personas que más cerca de mí estuvieron en ese viaje. Hablo de mis amigas y de mis amigos, esos con los que conté cada día que faltaba para irnos. Los que estuvieron conmigo en el micro adelante de todo, los que me escribieron toda la cara cuando me dormí. Los que me sacaron fotos horribles, los que se bancaron las que les saqué yo. Las que se volvieron conmigo de los boliches cantando en el fondo del micro. Las que cruzaron todo un pasillo para pedir prestado un secador de pelo y tuvieron que internarse en nuestra habitación para ayudarnos a elegir qué nos poníamos. Y sobre todas las cosas, a las cuatro hermanas que compartieron mi habitación, que soportaron que fuera yo la primera que se levantaba y prendía la luz, y la que gritaba todo el tiempo ‘¡saquen sus cosas de arriba de mi cama!’.
Te voy a extrañar, Bariloche. No por la fiesta, no por la libertad. Te voy a extrañar porque me hiciste pasar una de las más increíbles semanas de mi vida acompañada de cerca por los mejores amigos que tengo, y de lejos por las personas que más quiero. Ya volvimos, pero una parte de nosotros se va a quedar ahí. Así como vos te quedaste acá.