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Amore

Habíamos acordamos hace semanas que mi próxima nota sería sobre el Amor. Tenía sentido desde muchos aspectos: empieza la Primavera que -por naturalización- trae romances; algunas circunstancias personales me inspiraban; el clima estaba lindo como para hablar del tema… En un principio parecía una buena idea, hasta que me pregunté: ¿cómo se habla de eso?

¿Cuántos lenguajes manejamos para expresarnos? ¿Cuántos códigos, cuántos signos? Para mí, la cuestión del amor pasa justamente por ahí: por el lenguaje. No es ingenuo que yo lo sienta así, por algo estudio Comunicación, por algo es para mí lo más importante. Vivimos en contacto permanente con miles de situaciones y personas con las que compartimos un código común y eso es lo que nos permite comunicarnos. Y más allá de que ése código pueda variar en mayor o menor medida de acuerdo a con quién estemos hablando, nunca termina de parecerse del todo al lenguaje que usamos con nosotros mismos.

Hasta que, de repente, aparece alguien que se presenta distinto a todos los demás: justamente porque parece hablar exactamente en tu mismo lenguaje. Porque comparte aquello que te identifica. Porque te basta leer dos palabras que haya escrito para reconocerlo. Porque es el único que logra decodificar cada mensaje que enviás, por más críptico que sea, por más escondido que esté -sin importar cuánto haya cambiado el color, tu voz y la forma de hablar-. Porque puede estar gritándole al mundo que te ama y que nadie interprete eso (excepto vos) y que ambos sonrían en secreto al reconocerse.

Por ahí pasa para mí el amor. Por encontrar a una persona que aprenda a  leerte en esos detalles a los que nadie les presta atención, pero que dejan ver cómo es realmente tu alma. Detalles como esta columna, ponele.