Martín era adolescente cuando las circunstancias lo llevaron junto a su mamá y hermana a vivir con la abuela.
El tiempo fue pasando, el jovencito se hizo un hombre, la viejita se enfermó y un día triste dejó de acompañarlos. Entonces Martín fue aprendiendo cómo era eso de extrañar muchísimo y a veces sentirse solo frente a lo difícil. Andando entre el enojo y la melancolía cierta noche se encontró “escuchando” lo que esa abuela le había dejado sembrado en el alma y lo escribió. Como esas palabras lo ayudaron a sanar, aquí las transcribimos como un homenaje a las mamás queridas quienes –aunque ya no estén…– siempre están.
¿Cómo era yo de chico abuela?
Querido mío… Tengo tantos recuerdos que podría contarte tu vida hasta estos días. Ya en la panza de tu madre eras inquieto y de espaldas evitabas la imposición de un futuro nombre por cuestiones de tu sexo tan celoso. Chiquito y sonriente acaparabas la atención de un público al que hacías propio con un simple parpadeo de ojos. Ah!! Y comías como si fuera el último de tus días; no sabés la fortuna en alimentos que tus padres invertían en vos!
Recuerdo una noche de Navidad. Una cena popular y ruidosa reunía a familiares poco amistosos entre sí y justo después de las 24hs, por un mal entendido, comenzó una riña típica de aquellas épocas entre personas con relaciones gastadas.
De pronto, con el ceño fruncido y harto de tal parafernalia, arrojaste una copa de cristal al suelo provocando al mismo tiempo del estallido el parate general de aquel griterío sin sentido. Tenías tres años y tu carácter comenzaba a resaltar.
Luego vinieron épocas muy duras para tus padres y eso me benefició; ¿sabes por qué?. Claro! Porque mientras tu mamá trabajaba yo te tenía mas tiempo conmigo. Jaja.
Honestamente pensé que ibas a ser mas alto. Y sí, con tus nueve años eras grandote. Tu carácter se tornaba muy arisco y empezabas a enojar a tu madre por mas que no causaras problemas. A tu encanto lo ibas ocultando sin razón aparente.
Creo que al emprender los estudios secundarios tu seriedad se acentuaba de manera rara y tu ironía te distinguía como rasgo sobresaliente. Egoísmo y agresividad fueron aspectos de tu adolescencia que me dolieron… yo ya no tenía fuerzas para guiarte hacia zonas más sensibles. Pero te conocía tanto; en el fondo “mi bebé” era tan blando como aquel chiquitín que corría atrás de una pelota como de tus abuelos si te necesitábamos.
¿Recordás las tardes junto a la tele o jugando a los dados por apuestas nunca pagadas? Vos sabés, yo no podía decirte lo mucho que te quería pero tu compañía y nuestros silencios hicieron mi agonía más llevadera.
¿Te cuento una cosa? No ha pasado un segundo de tu vida en el que no haya cuidado de vos… siempre te miré y rogué por tu bienestar. Estoy orgullosa del hombre en el que te convertiste.
Hoy quiero decirte que cuides a quienes amas y te aman. Sé libre y ayudá a los demás a encontrar sus caminos; estoy segura que tendrás la sabiduría para lograr guiarlos hacia esos deseos. Además…
-Pero abuela no te equivoques, yo estoy acá para quedarme con vos.
No. Este no es el momento, es sólo un instante… como un sueño profundo que te trajo hasta mí para que tengamos esta charla y entiendas algo.
-¿Qué es lo que tengo que entender abuela?
No has completado el objetivo de tu vida; hay gente que te ama y necesita de vos como vos de ellos. Comprendo que aquí sientas Paz, pero tenés que lograrla en lo cotidiano mientras descubrís esos “por qué” que tanto anhelas.
Acá podrás encontrar Paz perola Sabiduríala conquistarás mientras vivas. Yo seguiré esperándote con los brazos abiertos del principio al fin. Seguiré cuidándote y dándote fuerzas cuando ya no sepas de donde sacarlas. Yo seguiré amándote como aquel primer día en el que conocistela Luz.
-Y yo abuela… seguiré recordándote en cada paso de mi vida hasta volver a vos y fundirnos en un abrazo que marcará el comienzo de la eternidad”.
Martín