Benigno Pereira. Un hombre valioso « Castelar Sensible
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Benigno Pereira. Un hombre valioso

En Diciembre del 2012 vió la luz el último número de #castelarsensible en papel. Para aquella tapa en la #plazacumelen que  soñamos con @carinafelice.fotografias tuvimos que activar ruegos de detener lluvias y confiar en tozudos deseos. También contamos con un grupo de vecinos que se mantuvieron firmes para lograr -en cuanto cerramos los paraguas- el click certero que conquistó la imagen augurio de felicidades.

Entre nuestros modelos del recuerdo se lucía el querido Benigno Pereira, quien protagoniza esta primera nota convidando a seguir latiendo en modo barrio.

Orgulloso de su @AC65 -uno de los poquísimos comercios pioneros que permanecen firmes en calidad y atención- padre de Aníbal y Cristina, abuelo de Juan, Lautaro, Dalila y Bautista y siempre enamorado de su Laura; a poco de los 87 bien vividos Beni recuerda perfecto cada uno de los pasos recorridos.

“El Martes 13 de Mayo de 1952 a las 16 hs junto a mi hermano Celestino zarpamos desde Vigo” -avisa sin intención de lo que sonó Manifiesto de postura existencial: nada de supersticiones, pura confianza en que si lo mejor estaba por delante allá vamos.

Pisaron tierra firme el 29 -misma fecha de esta vuelta Sensible 68 después- donde los recibió y albergó la tía que como se usaba entonces ya “había mandado a llamar” a sus sobrinas mayores.

Enseguida un clasificado llevó a Benigno a presentarse buscando trabajo en una fábrica de zapatos donde, desconfiados por su aspecto adolescente, no le apostaban destrezas. Pero él tenía incorporado el oficio aprendido haciendo zuecos con el zapatero de su pueblo y tras tomarle una prueba lo contrataron de inmediato. Ellos fueron los testigos inaugurales de cuanto lograría ese hombrecito trabajando contento  para cumplir y superar sus propios sueños.

Tras un tiempo de convivencia con los tíos Benigno se presentó al juez de menores y tramitó su emancipación antes de la mayoría de edad. No  aceptaba hacerse el sordo frente a destratos “porque yo mando”,  tan comunes en esos tiempos de machismos y otras desigualdades. La ley apoyó su planteo y lo autorizaron a hacerse cargo de lo que él mismo decidiera.

La Cuna del Buen Trato

“En mi casa de infancia éramos once hermanos, yo el séptimo. Íbamos a la escuela que tenía una sola maestra para todos. Distintos grados en la misma sala, de seis a doce años y los mayores ayudaban a enseñar a los mas chicos. De lunes a Sábados mañana y tarde. Cumplías los doce y leyendo o no te tenías que ir.

A mí me encantaban los números pero lo demás… mmmm. La maestra era de pocas pulgas, acostumbrada a zamarrearnos, yo ya tenía mi carácter y un día reaccioné mal. Citó a mi madre quien después de escuchar las explicaciones sobre mi complicada atención y conducta le contestó con ternura: si le explica despacito, con paciencia, él va a entender.

Desde ahí en adelante nunca más me levantó la mano, yo logré comprender todo perfectamente y cuando once años después de la partida volví a España ya casado, fui a mi pueblo y le llevé un regalo. De esa señorita había aprendido mucho y se lo agradecí, pero lo que más se me grabó fue la respuesta y el ejemplo cotidiano de mi madre, por eso jamás grité o pegué para criar a mis hijos”.

El joven Benigno trabajaba muchísimo, ahorraba, sabía proyectar y salía todos los fines de semana a cuanto Club Español tuviera a mano. En el Centro de la Provincia de Pontevedra compartió algunas charlas con don Raúl Alfonsín. Pero lo más importante de esa época fue conocer al amor de su vida: Laura Estrella.

“En la Federación de Sociedades Gallegas en Chacabuco al 950 la saqué a bailar sin cabeceos porque aunque se estilaba no me agradaba eso. Para mí correspondía acercarse, saludar e invitar amablemente”.

Habían nacido ambos un 6 de junio con dos años de diferencia y primero fueron amigos. La tarde que quedaron en encontrarse en Escalada y Directorio “para hablarle” él llegó menos de un minuto tarde y ella se estaba yendo. Cuando la alcanzó, la dama le dijo que no era buzón de esquina para quedarse esperando y la puntualidad era todo para ella. “Desde entonces jamás tuvimos una discusión, una palabra subida de tono, todo hasta el final lo compartimos con respeto y cariño”

El 5 de Diciembre de 1960 se casaron. En el 65 nació “el varón” y  en 1970 con “la nena” bebita se mudaron a Castelar. Aquí con su hermano – socios en la fábrica de calzados propia con la que durante un lustro ganaron la licitación como proveedores de Presidencia, Planeamiento y Congreso de la Nación- abrieron la zapatería Los Condes en Carlos Casares 890.

Cuando años más tarde decidieron dividirse los emprendimientos, quien se quedaría con qué lo libraron al designio de una moneda revoleada al aire frente el contador como testigo.

A Beni el azar lo dejó con el negocio, que al cruzarse de Arias  se transformó en An-Cris en homenaje a sus hijos también representados en las iniciales del AC65 actual. Luego compraron el gran local de la rotisería Napoleón donde permanecen hoy cuidando la tradición del trato personalísimo a cada cliente.

*¿Sin pensar mucho, qué es lo que más le gusta de su negocio?

“Lo más lindo que tiene el negocio es que mi hija es la nieta del 80 por ciento de las abuelas de Castelar”

*Y ahora Beni?

“Ahora guardado hasta que avisen. Hay días difíciles porque toda mi vida la difruté en contacto con la gente y estar metido en un departamento no hace bien. Pero yo no me doy por vencido. No se puede planificar pero mientras sea útil estaré disponible. Siempre. Eso es mi Salud”

Posdata a cargo de la redactora: Cuando “avisen” y la primavera regrese por estos lares, quien tenga ganas de profundizar en el concepto Actitud pase un rato por Casares 910 y busque al caballero español. Sólo pregúntele por su plan para sacar al país adelante.

No sé si coincidirán con la totalidad de sus respuestas, pero la lúcida mirada los invitará a reconocer a un muchachito corajudo. El mismo que saltó y corrió de felicidad junto a su hermano en el campo de infancia cuando su madre les leyó la carta llegada de Argentina y les dijeron que sí; que les daban permiso para cruzar el charco y construirse un futuro en el granero del mundo.

 

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